Los geriatras se encuentran cada vez más con adultos mayores que expresan deseos suicidas en ausencia de una enfermedad mental manifiesta. La muerte evoca emociones que son profundamente personales y dinámicas. En algunas situaciones, poner fin al sufrimiento puede parecer más amable y compasivo que dejarlo continuar.

No hay una categoría de diagnóstico para describir un estado mental en el que el suicidio aparece como la mejor opción, desde una entidad racional. No hablamos de enfermedad mental con ideación suicida, y se espera que esta realidad crezca a medida que aumenta la esperanza de vida.

Este artículo describe el caso de un adulto mayor que expresó el deseo de poner fin a su vida en ausencia de una enfermedad mental diagnosticable. Aunque tenía enfermedades médicas crónicas, no tenía una enfermedad terminal.

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La salud, la elección y el control continúan evolucionando en una sociedad que no está preparada para la vejez prolongada. La idea de suicidio entre adultos mayores no enfermos terminales es un concepto desafiante y es importante que los clínicos, cuando se enfrentan a tales escenarios, conozcan esta realidad: se han enumerado factores de riesgo para el deseo de muerte acelerada, y se han desarrollado escalas como la Escala de calificación del deseo de muerte y el Programa de actitudes hacia la muerte acelerada, que pueden utilizarse en la evaluación clínica del suicidio racional en adultos mayores.

Dejando de lado nuestras creencias individuales sobre la racionalidad del suicidio, es imperativo que nosotros, como campo profesional, nos esforcemos por aprender más, porque muchos de nuestros pacientes mayores ya lo están confrontando. Les debemos a ellos explorar sus creencias con compasión, profundidad y curiosidad clínica.

https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/29500824